La virtud de la pureza o castidad es el hábito de usar el sexo correctamente. La castidad modera las apetencias sexuales para que sean razonables. Es una virtud importante que capacita para amar. Si se deteriora, surgen graves consecuencias para la dignidad humana y para la familia. La castidad se puede vivir en tres situaciones: individualmente, en el noviazgo y en el matrimonio.
Individualmente la castidad aparta cualquier placer sexual, defendiendo y educando el propio corazón. La castidad es importante precisamente por esto: porque protege el corazón del egoísmo y lo capacita para el auténtico amor.
El impulso sexual descontrolado conduce al egoísmo de buscar placeres de cualquier manera. Esta esclavitud a las propias apetencias dificulta la capacidad de amar, pues el amor invita a buscar el bien para los demás aún a costa de los propios gustos. Amor y egoísmo no se llevan bien; si se fomenta uno, disminuye el otro. Si uno se libera del egoísmo y busca el bien de los demás, les beneficia a ellos y también a sí mismo pues su corazón se engrandece. Así, la castidad aumenta la capacidad de amar por la victoria sobre el egoísmo. Esta virtud es requisito indispensable que purifica el corazón y le capacita para el auténtico cariño.
En algunos lugares el ambiente dificulta mucho la castidad. Pero siempre es posible practicarla con ayuda de varios recursos que reunimos en tres grupos: el esfuerzo propio, la ayuda de Dios y de los hombres. Estos medios pueden ejercitarse en el momento de la batalla o con antelación para estar entrenados.
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